miércoles, 22 de septiembre de 2010
Sigmund Freud y los orígenes del psicoanálisis
Sigmund Freud nació en Viena el 6 de mayo de 1856. Desde cuando se hizo médico, a la edad de veinticinco años, se interesó por la neurología, y más tarde desvió sus intereses hacia el estudio de la neurosis y la psicosis. Según él, ambas patologías eran originadas por los conflictos sexuales de la infancia.
Sigmund Freud fue el padre del psicoanálisis, un sistema que consistió en hacer observaciones y formular hipótesis a partir de la experiencia clínica. Con el psicoanálisis, conformado por la teoría, por el método, y por la técnica, Sigmund Freud ha hecho un gran aporte a la práctica en el área clínica de la psicología.
Sobre el concepto de la represión se erige esa teoría psicoanalítica freudiana de que la histeria depende de los conflictos reprimidos y su tratamiento debe apuntar hacia la reproducción de éstos por medio de la hipnosis.
Una manera de aproximarse a la obra total de Sigmund Freud es leyendo Los orígenes del psicoanálisis, el libro que reúne doscientos ochenta y cuatro cartas dirigidas por él a Wilhelm Fliess, el médico alemán, especializado en otorrinolaringología, que sostenía que muchas de las neurosis eran de origen nasal, y por tanto aconsejaba tratar los síntomas aplicando la cocaína en las mucosas de la nariz, que era un órgano que él relacionaba con los genitales femeninos. Wilhelm Fliess además afirmaba que la bisexualidad era inherente a toda persona, y que los procesos de la vida tenían un ciclo masculino de veintitrés días y uno femenino de veintiocho días. Fliess fue el amigo más cercano a Sigmund Freud, y acaso al que estaba dirigida esta declaración suya: “Mi vida personal siempre ha necesitado de un amigo íntimo y un enemigo odiado”. En su libro Freud, Peter Gay escribe sobre Fliess: “Impresionaba por su aspecto, su erudición, su carácter cultivado”. También indica que este hombre no aceptaba ser objeto de la crítica, y precisamente fue una crítica lo que lo distanció para siempre de Sigmund Freud. El éxito en su consulta fue notable, y era un otorrinolaringólogo afamado. Sigmund Freud sentía adoración por él, y aquí vale la pena traer a cuento lo acontecido con su paciente, Emma Eckstein, que sufría de fuertes dolores de estómago, y Freud que no encontraba el tratamiento efectivo para ella, invitó a Wilhelm Fliess a Viena en 1895 para que le extirpara un hueso de la nariz. Después de realizada la cirugía, Fliess regresó a Berlín, y la paciente tuvo fuertes hemorragias que no sanaban y se sometió a otra operación con el cirujano que se había opuesto a la anterior. Este médico descubrió que Fliess había dejado gasa dentro de la nariz. La mujer quedó desfigurada en esa parte de su cuerpo, y Freud siempre excusó el error de su amigo afirmando que la hemorragia era de origen histérico y la manera como la mujer expresaba su necesidad de ser amada. Tal era su ceguera y su admiración sin límites por Fliess que en una de sus cartas pone en evidencia: “Tu noticia casi me hizo gritar de alegría. Si realmente has resuelto el problema de la concepción, convendría que empezaras a pensar qué tipo de mármol te gustaría más para tu monumento”.
En estas cartas, escritas por Sigmund Freud durante quince años, entre 1887 hasta 1902, está presente su pensamiento fecundo que, en esa época, ya concebía la obra La interpretación de los sueños. “Un sueño es la realización alucinada de un deseo reprimido”, opinaba mientras elaboraba una extensa disertación sobre el tema, en la que comenzó a plantearse la idea de que los sueños debían ser interpretados para descifrar lo que subyacía detrás de la apariencia que presentaban.
La correspondencia, de la que solo quedaron las cartas de Freud, pues las de Fliess desaparecieron, fue recopilada siguiendo un orden cronológico que obedecía a las fechas en que fueron escritas, por Marie Bonaparte para la edición alemana del libro, y por Anna Freud, y Ernts Kris, quien además es el autor de un Estudio Preliminar que sirve de introducción al material propiamente dicho. Este prefacio de Kris brinda al lector la oportunidad de familiarizarse con el trabajo anterior y posterior de Sigmund Freud en referencia a su teoría psicoanalítica. También ilustra sobre las afinidades de pensamiento de los dos médicos y el itinerario de su amistad profesional y personal, desde su inicio hasta la ruptura definitiva por discrepancias irreconciliables.
Además de las cartas, los recopiladores incluyen en el libro unos manuscritos y notas de Sigmund Freud, que ayudan a comprender su trabajo desde las primeras inquietudes que lo motivaban hasta la elaboración de su teoría. En las notas que le dedica a la etiología de las neurosis afirma: “Puede saberse como aceptado por todos que la neurastenia es la frecuente consecuencia de una vida sexual. Pero la afirmación que me propongo sostener y que deseo verificar mediante observaciones clínicas es que la neurastenia es siempre y únicamente una neurosis sexual”. En el manuscrito que le dedica a Cómo se origina la angustia, señala: “Desde un principio fue evidente para mí que la angustia de mis neuróticos tenía mucho que ver con la sexualidad, y en particular me llamó la atención cuán inevitablemente el coito interrumpido realizado con una mujer lleva a la neurosis de angustia”.
A pesar de que las posturas teóricas de Sigmund Freud provocaban escándalo en los círculos médicos de la época, en el inicio de la primera década del siglo XX, fue congregándose alrededor de él, un grupo de investigadores y de alumnos denominado Sociedad Psicoanalítica de Viena. Entre estos se encontraban: Sandor Ferenczi, Karl Abraham, Alfred Adler, Otto Rank, Ernest Jones, y Jung. Esta cofradía, sin embargo, estuvo caracterizada por las discrepancias y las rupturas, especialmente las protagonizadas por Adler y por Jung cuando decidieron separarse del pensamiento de Freud y enarbolaron sus propias teorías.
En Los orígenes del psicoanálisis hay suficiente información para que el lector se forme una idea del talante científico de Freud y de los procedimientos de los que se valió para fundar su controvertida teoría.
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sábado, 18 de septiembre de 2010
Colette
Tras el seudónimo de Colette se escondía la escritora Sidonie Gabrielle Claudine Colette, nacida en Saint Sauveur en Puysaye, Borgoña, el 23 de enero de 1873. Siendo muy joven la futura novelista francesa fija su residencia en Paris con su primer esposo Henry Gauthier-Villars, un periodista con cierta reputación que casi le doblaba la edad. La popularidad de Henry era creciente, pero sus libros aparecían a la luz pública firmados con el seudónimo de Willy. Así las cosas, cuando Sidonie, de 27 años, escribe la primera novela que haría parte de una serie, y la publica al despuntar el siglo XX, en el año de 1900, lo hace bajo el nombre de Willy. El título de la novela era Claudine en la escuela, y su inmediato éxito estuvo acompañado de un escándalo mayúsculo. En esta serie narrativa con otros tres títulos más, Claudine amoureuse, y Claudine en ménaje, escritos en la misma década de la primera, y La casa de Claudine, veinte años más tarde, Colette narra la historia de pasiones desenfrenadas de la colegiala Claudine, primero, para luego documentar la época del matrimonio de ésta en un Paris devorado por la actividad teatral, por los salones literarios, y por la lujuria sexual de los triángulos amorosos, como el creado por la protagonista y otra mujer llamada Rezi, ante la complacencia del marido de la primera.
La crítica de entonces señaló lo siguiente en relación a Claudine en la escuela: "Este libro es de verdad. Claudine no es una novela, ni una tesis, ni un diario. Es alguien, una persona viva, una persona terrible… Es la mujer total gritando por encima de su propia voz acerca de su pubertad, sus deseos y sí, sus crímenes". Y era cierto. Imposible no encontrar en esta serie de novelas un tinte autobiográfico. Con las novelas se hizo célebre el personaje y alrededor de éste se fue creando una fiebre en Paris. Hubo marcas de cigarrillo Claudine, se diseñaron corbatas, sombreros, las mujeres se cortaron el cabello al estilo de la protagonista inolvidable que había nacido de la pluma de Colette, pero que su marido había mostrado a los lectores como si fuera de su autoría, porque en esa época Colette debió sentirse como sus predecesoras del siglo XVIII y XIX, las Bronté, Jane Austen, George Sand, etc., que temían dar la cara en un oficio reservado para varones y optaron por los seudónimos.
El tal Willy vendió los derechos de estas primeras novelas de Colette y las usufructuó con descaro, recibiendo las jugosas regalías, y solo le compró a la autora una casa de campo y le pasaba una reducida asignación. Esta fue la causa que originó la ruptura definitiva de la pareja. A partir de ahí el mundo intelectual parisino se entera de que Claudine era obra de Colette, y con ese reconocimiento tardío trabaja para sobrevivir después del divorcio como cantante de musicales, bailarina, cosmetóloga y escribe artículos periodísticos en los que deja por sentado su ideología de mujer mundana. Pero no interrumpe su carrera literaria pues en esos días es que concibe El retiro sentimental (1907), Los zarcillos de la viña (1908), La ingenua libertina (1909), y La vagabunda (1911).
La autora de francesa se casa por segunda vez durante el estallido de la Primera Guerra Mundial con el barón Henry de Jouvenel, quien fue el padre de su única hija, nacida en el año de 1913. Cuando tiene 47 años de edad Colette, que responde a su marido con la misma tendencia hacia la infidelidad, se entrega a una aventura con el hijo de éste, un adolescente de 16 años. Su tercer matrimonio fue con Maurice de Gaudeket, un judío sin bienestar económico, más joven que ella.
Una de las obras más famosas de Colette fue Gigi, publicada en 1945. Esta novela gira en torno a la historia de una joven que crece bajo la protección de un matriarcado familiar integrado por su madre, su abuela y su tía. La educación que recibe de éstas es la tradicional que se le ofrecía a las jóvenes de la época, como prepararlas para un futuro matrimonio y conseguir esposo pudiente. Gigi, sin embargo adopta una postura rebelde frente a tantas normas y prohibiciones. Esta novela fue llevada al cine con éxito y Colette le ofreció el papel de Gigi a la actriz Audrey Hepburn que recientemente había debutado en el mundo cinematográfico con un papel secundario.
El trigo verde de Colette es una novela que cuenta la historia del despertar sexual entre los adolescentes Phil y Vinca, quienes han sido amigos desde la época de una niñez compartida en la costa donde sus familias pasaban los veranos. De esa inocencia de los primeros años, los dos jóvenes pasan al descubrimiento de unas sensaciones que Phil asume con cierto rechazo al principio, pero luego se entrega al placer del amor físico que Vinca experimenta sin tantas prevenciones.
A los sesenta años Colette escribió Lo puro e impuro, un relato en el que aborda el tema de las relaciones personales y que muchos consideran su mejor obra. Esta como la gran mayoría de sus novelas es autobiográfica, y es que como afirmó la propia Colette: "¿Por qué suspender el curso de mi mano sobre este papel que recoge, desde hace tantos años, lo que sé de mí, lo que trato de ocultar, lo que invento y lo que adivino?".
Como estrella de la Belle Epoque, Colette tuvo vínculos de amistad con Marcel Proust, Marcel Schowb y Jean Cocteau. También fue amante de hombres y de mujeres, sin tener ningún problema de pasar de los brazos de unos a los de otras, y su vida siempre fue piedra de escándalo. Colette, la francesa fascinante que sedujo a innumerables lectores con sus novelas que exploran magistralmente el universo femenino y las vivencias del amor y sus múltiples contradicciones, falleció en Paris el 3 de agosto de 1954, a la edad de 81 años, artrítica y asistida por su tercer marido. En ese momento ya su nombre era tomado en cuenta como uno de los más importantes de la literatura francesa.
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Albert Camus y La peste
Albert Camus nació en Mondovi, Argelia, el 7 de noviembre de 1.913, cuando Francia dominaba a ese país africano. A una edad temprana quedó huérfano de su padre agricultor y le tocó vivir en medio de todo tipo de privaciones materiales por la situación económica precaria en que quedó la familia. Su infancia transcurrió en un barrio pobre de Argel y pudo adelantar sus estudios gracias a una subvención que daban a familias víctimas de la guerra. Estudió Filosofía y Letras, mientras trabajaba en diversos oficios para colaborarle a su madre. Luego trabajó como actor y periodista, pues fue rechazado como profesor de esa materia a causa de la tuberculosis que padecía. Su primer trabajo periodístico fue en el Alger-Republicain, y a los veintisiete años se traslada a Paris para colaborar en el Paris-soir. Durante la guerra, con la llegada al poder de los nazis, cerró filas en torno a la resistencia y, a partir de 1943, dirigió el periódico Combat, un órgano clandestino de esa militancia. En esa época ya era un impulsador del teatro del absurdo y había fundado una compañía teatral en la que fue actor y director.
Mucho se ha comparado a Albert Camus con Jean Paul Sartre. El mismo autor se refirió a eso en alguna oportunidad: "Sartre y yo nos sorprendemos de ver siempre nuestros nombres asociados. Incluso pensamos publicar un pequeño desplegado en donde los abajo firmantes declararan no tener nada en común y se negaran a aclarar las dudas que pudieran suscitar respectivamente". Los vínculos de ambos autores con la corriente del existencialismo son evidentes, sin embargo, la diferencia entre ambos radica en que aunque los personajes de Albert Camus conocen el abismo y pueden emerger de éste, los de Sartre también lo conocen pero se eternizan en la falta de sentido de sus vidas.
La peste, publicada en 1947, es una novela que refleja esa tendencia del existencialismo particular de Camus. En esta alegoría sobre la ocupación nazi, está presente la catástrofe llevada hasta sus últimas consecuencias, pero a la vez, en medio de esa catástrofe, los hombres conjuran los impulsos más elementales para superarla. Albert Camus parece decirnos que esa peste, que es un equivalente literario a la fractura heredada por Europa después de las dos guerras mundiales, debe ser enfrentada con compromiso moral de la por parte de la sociedad.
Albert Camus nos presenta a la peste como el enemigo al que una sociedad entera se enfrenta con sus variadas reacciones, y describe con maestría los profundos sentimientos humanos que se despiertan ante el súbito descubrimiento de una privación de la libertad y un aislamiento obligatorio en la ciudad contaminada.
La peste es considerada la novela más importante de Albert Camus, y una de las obras fundamentales del siglo XX. El mismo año en que fue publicada recibió el premio de La Crítica. Otros títulos de la importante obra de Camus son El extranjero (1.942), El mito de Sísifo (1.942), la obra teatral El malentendido (1.944), Caligula (1.945), El hombre rebelde (1.951), La caída (1.956).
En Francia se vendieron más de 150 mil ejemplares a los pocos meses de haberse editado La peste por primera vez. Albert Camus murió en un accidente automovilístico en Francia a la edad de 46 años el 4 de enero de 1.960. Tres años antes, el 17 de octubre de 1957, le fue otorgado el Premio Nóbel de Literatura.
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jueves, 16 de septiembre de 2010
Marcel Proust
El 10 de julio de 1871 nació en Paris, Francia, Marcel Proust . Su padre fue Adrien Proust un médico que trascendió como epidemiólogo en Europa, muy a pesar del origen humilde de su familia provinciana dedicada al negocio de las tiendas. Su madre fue Jeanne Weil, judía por línea paterna y materna, de familia culta con una envidiable posición económica. A causa de su condición enfermiza el niño Marcel apenas si pudo asistir con cierta regularidad al colegio. En la década de 1880 sufre su primera crisis de asma, el padecimiento que habría de acompañarlo a lo largo de toda su vida. En el liceo Condorcet conoció a varios amigos como el futuro historiador Daniel Halévy , el futuro filósofo Léon Brunschvicg, y jacques, el hijo del famoso músico Bizet, con quienes compartió su afición por la lectura.
En 1889 Marcel Proust ingresa al ejército como voluntario y esta etapa fue tan gratificante para él que cuando termina su servicio solicita una prórroga que le es negada y entonces debe volver a la vida civil y decidir el camino que va a seguir. En 1890 escoge estudiar Derecho y Ciencias políticas y aunque obtiene su título profesional no ejerció la carrera por falta de vocación. Durante esos días vivía entregado a la vida social y al cortejo de mujeres, circunstancia que le da fama de ser un joven frívolo y superficial.
Su inclinación por la escritura se evidencia a los 20 años, cuando colabora con Le Banquet, una revista fundada por los exalumnos del liceo Condorcet. Los que leen sus artículos lo acusan de imitar el estilo de Anatole France y no le auguran un buen futuro en las letras, por seguir obsesionado con los temas banales de la alta sociedad. Era la época en que estaba enamorado de Marie Finaly, la hija de un banquero judío, estaba muy deslumbrado también por la condesa de Chevigné, y conoce al conde Robert de Montesquiou, el poeta homosexual que lo presenta a la alta aristocracia parisina. Entre las relaciones homosexuales que se le atribuyen, se destaca la que tuvo con el joven músico Reynaldo Hahn, un judío de origen venezolano, y con Lucien Daudet, un estudiante de arte, hijo del escritor. Esta presunción de homosexualidad en la relación con este amigo, originó que retara a duelo al periodista que difundió el rumor, y aunque no hubo ninguna situación que lamentar, este acto dejó en la sociedad la certeza del valor del joven Marcel Proust.
Marcel Proust publica su primera obra Los placeres y la vida en 1896. El prólogo lo escribió Anatole France, y en realidad sólo llamó la atención de los amigos más cercanos. Después de esta frustración se dedica a traducir a John Ruskin, con la colaboración de su madre, porque su inglés era limitado. Al mismo tiempo sigue haciendo una vida social activa entre gente de la aristocracia y se apasiona por la música de Wagner y de Debussy. Es la época en que tiene 30 años y los que le rodean, incluyendo a sus padres, opinan que ha desaprovechado su vida, que no se define por nada serio, pues al igual que con las mujeres y con los hombres, solo tiene inestables escarceos con la literatura.
Un acontecimiento que marca definitivamente la vida de Marcel Proust, es la muerte de su padre en 1903 y la de su madre en 1905. Se aísla voluntariamente y comienza a escribir sin mayores distracciones. Colabora con Le Figaro donde pública unas parodias sobre el caso del estafador Lemoine. En 1909 comienza a incursionar en su proyecto de novela. Escribe durante toda la noche, y duerme en el día. Así alcanza a completar más de mil cuatrocientas páginas que son como el origen de En busca del tiempo perdido. Sus esfuerzos por encontrar editor resultan fallidos, pero la publica de todos modos corriendo él mismo con los gastos. En noviembre de 1913 sale el texto publicado con el título de Por los caminos de Swann, y la segunda parte, que debía aparecer un tiempo después, tardó en ser editada a causa de la guerra, aunque algunos fragmentos salen publicados. Durante la guerra Marcel Proust llevó una vida retirada, dedicado con esmero a la construcción de su extensa obra que es editada al final de la guerra.
Por los caminos de Swann es la primera parte de En busca del tiempo perdido, y es el inicio, la introducción argumental del resto de esta novela en la que está presente su microcosmos, con los ambientes y personajes que serán comunes. En esta primera parte el autor aborda la infancia del narrador en el pueblo de Combray durante sus vacaciones con los padres, entre abuelos, tía, y servidumbre. Los dos caminos que salen de la casa son opuestos entre sí, y mientras el uno conduce al mundo de la aristocracia, encarnado por la duquesa de Guermantes, de quien el narrador se enamora, el otro lleva al señor Swann y a su esposa e hija, con su vida refinada y mundana. Por el camino de Swann es el primer volumen de la serie comprendida por A la sombra de las muchachas en flor, El mundo de Guermantes, Sodoma y Gomorra, La prisionera, La fugitiva y El tiempo recobrado. En busca del tiempo perdido está considerada como una obra capital del siglo XX, y una de las novelas más innovadoras del género. Por sus páginas desfila la vida del autor y todos los personajes y ambientes con los que se relacionó.
El 18 de noviembre de 1922 murió Marcel Proust después de que se le recrudecieran los ataques de asma y se postrara en cama con una neumonía. Años más tarde aparecieron entre sus papeles la novela inconclusa Jean Santeuil, publicada en 1952, y el relato El indiferente, publicado en 1978. Un retrato veraz de este autor lo hace la escritora Colette en el siguiente texto: "Él era un hombre joven en la misma época en que yo era una mujer joven. Pero no fue en ese tiempo en que pude conocerlo bien. Encontraba a Marcel Proust los miércoles en casa de Madame Arman de Caillavet y me gustaban poco su gran educación, la atención excesiva que dispensaba a sus interlocutores, sobretodo a sus interlocutoras, una atención que marcaba demasiado entre ella y él, la diferencia de edad. Y es que parecía más joven que todos los hombres, más joven que todas las mujeres jóvenes. Con grandes ojeras oscuras y melancólicas, una tez ora ruborosa ora pálida, los ojos ansiosos, la boca cuando callaba, apretada y hermética como para un beso".
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miércoles, 15 de septiembre de 2010
La novela epistolar y la novela de memorias
Un amplio sector de la crítica literaria considera que en el siglo XVIII es que el género de la novela tiene su mayor auge, en Francia, contradiciendo a quienes son unos convencidos de que con el realismo de Stendhal y Balzac es que ésta alcanzó su plenitud. La apreciación de los primeros está basada en la gran productividad que hubo, tanto a principios del siglo XVIII con una primera etapa del romanticismo, y a finales de éste con el denominado naturalismo. La calidad de las obras publicadas le da a ese siglo un lugar de preeminencia frente al siglo XIX.
Una de las obsesiones de la narrativa del siglo XVIII en Francia fue la del uso de los puntos de vista y la aspiración de darle a las ficciones una connotación realista. Es así como encontramos que el narrador en tercera persona o narrador omnisciente le da paso a un narrador en primera persona que en la mayoría de los casos le sirve a los autores para escribir novelas epistolares y novelas de memorias que tienen la ventaja de que se narran desde esa perspectiva subjetiva que le da una indiscutible autenticidad a las historias.
La novela epistolar es a lo largo de todo el siglo XVIII en Francia la más cultivada por un grueso número de autores, y es sobre la que se construye un mercado literario exitoso. Para darle un efecto más realista en algunas de estas novelas sus autores escriben prefacios en los que se hacen pasar por un editor o un compilador del material que supuestamente ha llegado de manera casual a sus manos. Tales son los casos de Las cartas persas (1721) de Montesquieu, y de Las amistades peligrosas (1782), de Choderlos de Laclos. En la primera Montesquieu, desde el punto de vista de dos persas que intercambian cartas, crítica las costumbres y las instituciones francesas. En el prefacio de esta novela da a entender claramente que él no es el autor sino el traductor de esas cartas escritas con sentido humorístico que consiguieron atraer a grandes públicos. En Las amistades peligrosas, Choderlos de Laclos escribe un prefacio del que citamos el siguiente fragmento: "Esta colección, que el público hallará quizá aún demasiado voluminosa, no contiene, sin embargo, sino el más pequeño número de las cartas que componían la totalidad de la correspondencia de que está sacada. Encargado de ponerla en orden por las personas que la habían adquirido, y que sabía yo tenían intención publicarla, no he pedido por recompensa de mi trabajo sino permiso de separar lo que me pareciese inútil, y he cuidado conservar efectivamente sólo aquellas que he considerado necesario para mostrar los caracteres y hacer más comprensibles los sucesos, se agrega a este ligero trabajo el de colocar nuevamente en orden que he conservado -lo que hecho casi siempre siguiendo las fecha- y en fin, algunas notas cortas que, en su mayoría sólo tiende indicar la fuente de algunas citas, o a motivar ciertos cortes que he permitido hacer, se verá toda la parte que he tenido en esta obra. Mi encargo no se extendía a más". Es el recurso que utiliza el autor para hacer más real lo que va a contar.
Además de las dos novelas anteriores, son también novelas epistolares del siglo XVIII en Francia, Las cartas de la marquesa, de Crébillon, hijo; Miss Jenny, de Mme Riccoboni; Cartas peruanas (1747), de Mme Graffigny; El emigrado (1797), de Senac de Meilhan; Las amistades peligrosas (1782), de Choderlos de Laclos.
Un comentario aparte como novela epistolar merece Julia o la nueva Eloisa (1760), de Juan Jacobo Rousseau, que es como un anticipo del Contrato Social, pues en sus páginas el autor denuncia las desigualdades sociales y a la monarquía como factores del deterioro de la familia y de los individuos. La nueva Eloisa fue considerada la más popular de todas las del siglo XVIII, ya que fue leída por casi todo el mundo y era frecuente en quienes la leyeron que usaran en sus propias cartas citas del libro que se habían aprendido de memoria. El argumento de la novela gira en torno al amor clandestino entre el profesor Saint Preux y su alumna Julie, que van consignando en cartas lo que sienten desde el inicio de su relación hasta la conversión religiosa de la protagonista que la obliga a actuar desde los principios de la fe religiosa, acogiéndose a lo que la moral le dicta como deber.
Las novelas de memorias también son escritas en primera persona o como una sola carta extensa, y en ambos casos el "yo" está presente a lo largo del relato, lo que influye en el lector para sentirse testigo de unos hechos con apariencia de reales. Por la técnica que usa, esta novela es considerada antecesora de la novela autobiográfica. Entre las novelas de memorias más populares del siglo XVIII podemos citar: Aventuras de Gil Blas de Santillane, una macronovela que Lesage se dedicó a escribir a lo largo de su vida; La vida de Marianne (1731), de Marivaux; La religiosa (1769), de Diderot; La historia del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut (1731), de Abate Prévost.
Vale la pena destacar que en la novela La religiosa, Diderot sienta un precedente como filósofo materialista pues en su afán de demostrar que la ficción es igual a la irrealidad, escribe una novela que intercala una correspondencia real con una ficticia, y el personaje ficticio, encarnado por la religiosa, le escribe una extensa carta a un personaje histórico. Esta novela tiene toda la apariencia de un testimonio basado en las experiencias que se tienen dentro de un convento religioso.
La historia del Caballero Des Grieux y de Manon Lescaut, fue publicada por primera vez en 1731 en La Haya. Su difusión y su éxito fueron enormes, pero debido a las prohibiciones que sufrió en Francia, las posteriores ediciones fueron clandestinas. Esta novela ha inspirado varias operas y varias películas.
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martes, 14 de septiembre de 2010
Francia y el Folletín
A diferencia del siglo XVIII, época en que los salones literarios, regentados por los mismos autores, eran epicentros de lectura, en el siglo XIX esta actividad era promovida por la prensa, abarcando un mayor número de lectores. Es en esta prensa, entonces, que aparece la novela de folletín (Roman Feuilleton), cuya característica principal era la de ser publicada por entregas. El periódico francés Le Siecle, es en 1836 el pionero de este tipo de publicaciones ideadas por los autores para atraer el interés de los lectores hacia las historias planteadas en varios episodios concatenados, cuyo objetivo era crear al final de cada uno de éstos una especie de suspenso con la promesa de que el siguiente se hallaría la solución. Periódicos de la época como La presse, Révue des deux monde, Le constitutionnel, entre otros, se fueron sumando paulatinamente a la fórmula exitosa de los tirajes en serie de esas novelas también llamadas populares por su contenido social.
La novela de folletín en Francia tiene protagonistas que están generalmente vinculados con los sectores más oprimidos de la sociedad y con las clases sociales bajas, aunque ellos mismos pertenezcan a la nobleza. La acción de estas novelas generalmente se desarrolla en los siglos XVI y XVII.
Alejandro Dumas, padre, es uno de los mayores exponentes de la novela de folletín en Francia. La característica de su obra fue la fantasía histórica de los contenidos. Este escritor no se aparta de ciertos datos históricos que le dan una connotación verídica a las historias de sus novelas. Su obra está compuesta por 300 volúmenes. Dicen que para cumplir con las exigencias de esa publicación puntual por entregas, Dumas debió apoyarse en la ayuda de muchos colaboradores, y que él no era el autor de las escenas sino que era quien las corregía y organizaba los relatos con su estilo particular. Los tres mosqueteros (1845), Veinte años después (1845), y El vizconde de Bragelonne (1848 – 1850), dieron a este autor un éxito total, pues generó con estas novelas una verdadera acogida entre el público lector. El D'artagnan de Alejandro Dumas es una fusión de dos hermanos del siglo XVIII que usaban el apellido Artagnan de la madre. Paul participó con éxito en las campañas de Rochelle, y murió siendo gobernador de Navarrenx. Charles, el menor, fue gobernador de Lille y perdió la vida en el sitio de Maestrich en el año de 1673. Athos, Porthos, y Aramis, también fueron mosqueteros que procedían de la realidad y eran primos entre sí, pero Alejandro Dumas no les dio ese parentesco en el homenaje literario que les hizo. Otros títulos destacados en la obra de Alejandro Dumas, padre, son El conde de Montecristo, Ascanio (1843-1844), La reina Margot (1845), Cuarenta y cinco (1847-1848), etc.
La crítica literaria inscribe a las obras de Dumas en la vertiente histórico – fantástica de la novela de folletín, por sumar éste a la novela de aventuras la influencia de la política francesa de una época. A esta categoría también pertenecen Frédéric Soulié, autor del Rey de Sicilia (1833), El conde de Tolosa (1834), El judío errante (1844-1845) etc., y Eugéne Sue, autor de Latréaumont (1837), Jean Cavalier (1840).
La vertiente fantástica – social es la que se inclina por temas detectivescos centrados en el bajo mundo, con el homicidio como hilo conductor de muchas de las historias. Esta novela de folletín es la antecesora de lo que luego se conoció como novela policíaca. Entre los autores más sobresalientes de esta categoría encontramos a Paul Féval con las obras Los misterios de Londres (1844), El hijo del diablo (1846). Etc., a Pierre Zaccone con El caso del correo de Lyon, entre otras, y Hector Malot con Sin familia (1878), El albergue del mundo (1876). Cabe anotar también que a esta vertiente pertenecieron algunas obras de Sue y de Soulié. El primero se destaca con Los misterios de Paris (1842- 1843), y el segundo con Las memorias del diablo (1837-1838).
En la vertiente folletinesca denominada exótica se incluyen temas de viajes marinos narrados en diarios o memorias. Aquí volvemos a encontrar a Sue con obras como Kernock, el pirata (1830), Plick y Plock (1831), y La salamandra (1832), y a Alejandro Dumas con El capitán Paul (1838), El negrero (1832). Pero el escritor más sobresaliente de esta vertiente del folletín es Gustave Aimard, que navegó como grumete de un barco a través del Atlántico y se estableció durante largos años en América del norte donde se familiarizó con la cultura de los pieles rojas, experiencia que plasmó en títulos como Los tramperos de Ar-kansas (1858), La selva virgen (1870), y Los bandidos de Arizona (1882). Las novelas que pertenecen a esta vertiente estaban dirigidas a un público infantil. Cabe destacar, además, que Louis Desnoyers y su novela Las aventuras de Robert-Robert (1840), ya se ocupa de un viaje a la luna, por lo que podría considerarse una antecesora de la obra de Julio Verne.
Con la vertiente realista-social se clausura la etapa de la novela de folletín o popular en Francia del siglo XIX. Su mayor exponente fue Jules Vallés, un periodista que dedicó su vida a luchar contra la miseria social. Entre sus obras se destacan El niño (1879, El bachiller (1881), y El rebelde (1886). En la trilogía hay un protagonista común que los estudiosos identifican con el autor.
En términos generales la novela de folletín o popular tiene las mismas aspiraciones de recobrar los ideales perdidos de la novela romántica, a través de las pretensiones caballerescas, del humanitarismo cristiano, o de un socialismo utópico. Con esta novela publicada por entregas, la literatura asiste a una masificación sin precedentes y su consumo se vuelve más democrático. El éxito de la novela de folletín no se compara con el de otro género literario. Su público alcanzaba todas las condiciones sociales y hubo autores trascendentales que se sintieron tentados a cultivar ese género como le ocurrió a Zola con Los misterios de Marsella, una novela cuya técnica los críticos asocian a la de Sue.
lunes, 13 de septiembre de 2010
San Agustín
San Agustín |
No siempre San Agustín profesó un credo cristiano. Su conversión a esta doctrina religiosa fue posible en el año 387 a través de las predicaciones de San Ambrosio. Antes había sido profesor de retórica en Roma y Cartago. En esta última ciudad italiana, el hijo de Santa Mónica, nacido en Tagaste en el año 354, simpatizó con varias corrientes filosóficas como la del materialismo, la del escepticismo, y la del maniqueísmo, antes de abrazar el neoplatonismo y dirigir su pensamiento filosófico hacia un cristianismo platonizado.
El tema de la verdad se impuso en la filosofía de San Agustín. En ese sentido se inclinó por la idea de que con la razón se puede obtener la verdad y combatir el escepticismo. La verdad, opinaba San Agustín, se reconoce en el ser, y el ser equivale a Dios. Es decir, sigue la orientación de Platón, pero desde una óptica cristiana.
Para San Agustín el hombre está compuesto de dos sustancias diferentes entre sí: el alma y el cuerpo. El alma es la imagen de Dios mismo, y el cuerpo al estar unido a esa alma le da una condición al hombre de vivir entre el bien y el mal, entre la oscuridad y la luz. "Dios uno y omnipotente, Creador y hacedor de todo alma y de todo cuerpo, por cuya participación son felices cuantos son felices por la verdad, no por la vanidad; que hizo al hombre animal racional de alma y cuerpo; que, en pecando éste, ni permitió que quedara sin castigo, ni le dejó sin misericordia; que dio a los buenos y a los malos ser con las piedras, vida seminal con los árboles, vida sensitiva con los animales, y vida intelectual con solos los ángeles".
La ciudad de Dios es una de las obras esenciales de San Agustín. La escribió en un periodo de tiempo abarcado entre los años 413 y 426. Este texto parte de la idea del amor como origen de la interpretación cristiana de la historia. En La ciudad de Dios San Agustín atribuye el devenir histórico a los designios de Dios. Dos ciudades son los símbolos de la sociedad: Jerusalén y Roma. "Sabemos que hay una ciudad de Dios, cuyos ciudadanos deseamos ser con aquella ansia y amor que nos inspiró su divino Autor. Al Autor y Fundador de esta Ciudad Santa quieren anteponer sus dioses los ciudadanos de la Ciudad terrena, sin advertir que es Dios de los dioses, no de los dioses falsos…". En la primera, que es Jerusalén según San Agustín, viven los de aspiraciones espirituales, los cristianos respetuosos de Dios y sus leyes y mandamientos. En la segunda, que es Roma, viven los que se entregan a los goces paganos, a la adoración de muchos dioses, y a la debilidad de la carne. Estas dos ciudades coexisten en la misma época pero solo la ciudad de Dios obtendrá el triunfo. La ciudad de Dios fue escrita por San Agustín en el tiempo en que Roma caía en manos de Alarico y el imperio romano se desmoronaba. San Agustín se inspira en el Apocalipsis para escribir esta obra en la que se propone polemizar sobre el panteísmo.Las confesiones, la otra obra trascendental de San Agustín, es una autobiografía de esos años juveniles en los que luchó para encontrar el verdadero camino que lo guiara hasta Dios, en medio de tentaciones y de difíciles pruebas que debe enfrentar hasta que por fin siente el llamado del cristianismo y se convierte. Las confesiones son escritas como un testimonio de ese ascenso de San Agustín hacia metas espirituales que posteriormente serán las que tracen el rumbo de su postura filosófica. "Ansioso, pues, regresé al lugar donde estaba sentado Alipio, pues allí había dejado el volumen del apóstol cuando me levanté. Lo tomé, lo abrí y leí en silencio la sección donde se posaron primero mis ojos: No te entregues a los excesos ni a la embriaguez, tampoco a la lascivia ni a la perversidad, ni a la competencia, ni a la envidia, sino al Señor Jesucristo, y no te preocupes por la carne Ya no leí más, no lo necesitaba, porque, de inmediato, al final de esa oración, una luz como de serenidad se instaló en mi corazón, y toda la oscuridad de la duda se desvaneció…".
Para San Agustín el mal es inherente a todo hombre, pero ese mal depende del uso que éste le de al ejercer su libertad o el libre albedrío. Pero para poder ejercer esa correcta elección el ser humano necesita inspirarse en Dios, buscar la gracia que procede de su ser, y que se puede obtener por medio de la fe. La libertad para obrar el bien es la que obedece a la voluntad de ese ser superior que no impone la bondad sino que persuade para ir tras ésta. "El alma se pega al cuerpo por la fuerza de la costumbre, sin comprender a veces que—si se sirve el bien y con sabiduría—merecerá un día, sin molestia alguna, por voluntad y ley divinas, gozar de su resurrección y transformación gloriosas. En cambio, si comprendiendo esto arde enteramente en amor de Dios, en este caso no sólo no temerá la muerte, sino que llegará incluso a desearla".
San Agustín tuvo una temprana inclinación por la literatura y fue un escritor prolífico que escribió con un estilo bello y conciso unas obras fundamentales para la evolución de la teología. La iglesia tiene en su pensamiento una referencia doctrinal clara. Como teólogo sentó definitivas posiciones sobre el libre albedrío, la gracia divina, el pecado, la Trinidad.
En el año 391 San Agustín ingresa a la vida religiosa, ordenándose como sacerdote. Poco tiempo después, en el 395, llega a ser nombrado obispo de Hipona. Se dice que San Agustín tuvo tanta influencia entre los sacerdotes de la iglesia católica como la que tuvo Pablo entre los apóstoles. Su muerte ocurrió en el año 430, como consecuencia de un ataque perpetrado por vándalos.
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Stendhal
Al igual que Shakespeare, quien basaba sus obras literarias en sucesos de la vida real de la edad media, a Stendhal en su época tampoco le preocupó ser muy original, pues si por algo se caracterizaron las suyas fue por tener argumentos recogidos también de las crónicas.
En ambos autores, independientemente de sus valores literarios, la invención escaseaba, y en el caso específico de Stendhal, los estudiosos de su obra encontraron que en las primeras de su autoría, este escritor tan importante del siglo XVIII, plagió a otros autores. Se cita, por ejemplo, el título Vidas de Haydn, Mozart y Metastasio como prueba de ello.
La visión que Stendhal tenía de la literatura era realista, de ahí que sus obras capitales transmitieran cierta obsesión por ser claras y objetivas, y que el autor demostrara a través de éstas un amplio conocimiento del ser humano, influido, muy seguramente, por ese interés que el siglo XVIII le otorgó al hombre y a la conquista de sus libertades.
Crónicas italianas fue la reproducción que Stendhal hizo con su estilo de unos manuscritos del siglo XVI y XVIII, en los que se relataban crímenes y vivencias apasionantes. De este trabajo nace La cartuja de Parma (1839), novela que no posee un argumento original del autor, pero su trama e intriga son genialmente transformados por su pluma providencial, hasta el punto de que Stendhal le da vida a un héroe que perdura en el recuerdo del lector por su valentía, su energía, y por su vocación de hombre feliz.
En el año de 1827, La Gaceta de los Tribunales reseña el proceso de un hombre acusado de homicidio. El hecho ocurrió en plena misa y la víctima de los disparos mortales fue la madre de unos niños de quienes el homicida, un ex seminarista, fue profesor. El nombre del protagonista del caso de la vida real era Berthet, que en Rojo y negro se convierte en Julian Sorel, un hombre más humano y menos estereotipado que el quedó registrado en la crónica judicial, transformado por obra y gracia de Stendhal en un personaje que obligatoriamente hay que citar cuando se habla de de los mejores de cuantos han poblado las páginas de la literatura universal.
El personaje Julian Sorel de Stendhal no se quedó con las características negativas que rotundamente le atribuyó a Berthet La Gaceta de los Tribunales, porque el autor quiso conocer qué más había tras él, hurgar en su psicología y en las motivaciones recónditas que intervinieron en la consumación de su crimen.
Stendhal situó a Julian Sorel en un momento histórico en el que los hombres de clases inferiores en Francia sólo podían ascender socialmente si ingresaban al clero, lo que al parecer fue el caso del personaje que inspiró la crónica novelada del autor. Así quedá consignado en Rojo y negro: "No tardó en anunciar su propósito de hacerse sacerdote, y a partir de aquel instante, se le vio a todas horas en la serrería de su padre entregado al estudio de una Biblia en latín que le prestó el párroco. En presencia de éste, Julián no mostraba más que sentimientos piadosos. ¿Quién habría sido capaz de sospechar que aquella carita de niña, tan pálida y tan dulce, era mascarilla encubridora de la resolución inquebrantable de conquistar fortuna y gloria, aun cuando en la empresa arriesgara mil veces la vida?".
Stendhal fue el pseudónimo de Henri Beyle, nacido en Grenoble, Francia, el 23 de enero del año de 1783. A la muerte de su madre, siendo muy pequeño, su crianza quedó en manos de su padre y una tía. Su primer empleo fue en el Ministerio de Guerra durante el gobierno de Napoleón. Antes de dedicarse por completo a la literatura se desempeñó en variadas actividades burocráticas, llegando a ocupar el alto cargo de de Auditor del Consejo de Estado. Estuvo en varias líneas de batallas sirviendo al ejército francés, y adoptó a Milán como su ciudad amada cuando voluntariamente salió de Francia para radicarse en Italia, en momentos en que Napoleón caía.
Armancia fue el título de la primera novela de Stendhal. Como ocurre con frecuencia con grandes autores, ésta pasó desapercibida y la crítica la recibió con total indiferencia. Tanto fue el apego por la crónica que su libro Paseos por Roma puede considerarse una crónica turística que orientaba a los visitantes sobre los sitios turísticos destacados de esta ciudad. A pesar de que este trabajo fue concebido con intenciones comerciales él le dio un sello inspirado en sus vivencias, con un estilo ten depurado que ha sido considerado una de las mejores guías de viaje que se haya escrito. Transcribimos el siguiente fragmento: "Si los papas no hubieran vuelto de Aviñón, si la Roma del clero no hubiera sido construida a expensas de la Roma antigua, tendríamos muchos más monumentos de los romanos; pero la religión cristiana no hubiera hecho una alianza tan íntima con la belleza; no veríamos hoy ni San Pedro, ni tantas iglesias magníficas extendidas por toda la tierra: San Pablo de Londres, Santa Genoveva, etc. Nosotros mismos, hijos de cristianos, seríamos menos sensibles a la belleza. Acaso a los seis años habéis oído hablar con admiración de San Pedro de Roma".
Otras obras de Stendhal fueron: Historia de la pintura en Italia (1817), Roma, Nápoles y Florencia en 1817 (1817), Sobre el amor (1822), Crónicas italianas (1839). Vanina Vanini hacía parte de las anteriores crónicas y fue el primer relato que escribió.
Para Stendhal la novela debía ser "Un espejo que se pasea a lo largo de un camino. Unas veces refleja a vuestros ojos el azul del cielo, otras el fango de los lodazales." Por estas palabras no es difícil suponer que su creatividad se desbordaba cuando encontraba argumentos de la realidad que lo invitaban a plasmarlos en relatos novelados.
Stendhal murió en Paris el 22 de marzo de 1842, siendo muy poco conocido como escritor, pues como otros tantos autores de gran valía, su talento solo fue reconocido en los siglos venideros.
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domingo, 12 de septiembre de 2010
Antón Chéjov
Además de haber vivido ambos en el siglo XIX, Guy de Maupassant y Antón Chéjov comparten el honor de ser considerados por la crítica literaria como los dos ecritores de cuentos que más influyeron en el futuro de ese género. La obra de los dos es clásica, pero si Guy de Maupassant es el que sienta las bases de un cuento con un planteamiento de un solo tema, un nudo de la trama, y un desenlace que contiene una solución que, por inesperada, sorprende al lector, Antón Chéjov es el artífice de un cuento abierto que no se apoya en el factor sorpresa sino en la presentación de un tema como lo hace la vida en su transcurrir.
Antón Chéjov nació el 29 de enero de 1860 en Taganrog, Rusia. Su padre era tendero en esa ciudad, pero la ruina económica lo llevó a trasladarse a Moscú con la familia, excepto con Antón, quien se quedó estudiando su bachillerato, mientras terminaba de vender los enseres de la casa para enviarles dinero. En 1879 viaja a Moscú y entra a la facultad de medicina. En ese tiempo comenzó a colaborar con revistas de humor, firmando sus textos con los seudónimos de Antosha Chejonté, Ulises, El hermano de mi hermano, etc. Algunos de estos relatos se reunieron en Cuentos de Melpómene (1884), su primer libro publicado, en un segundo titulado Relatos Variopintos (1886). Los personajes de estos cuentos se caracterizaron por pertenecer a la categoría de “Humillados”, tan presentes en los rusos clásicos que antecedieron a Antón Chéjov. Sus camareros y pequeños funcionarios llegan a conocer la indignidad, pero resurgen de los fondos de ésta para transformarse y asumir conductas déspotas. En estos relatos iniciales se destacan El camaleón, La muerte de un funcionario, el suboficial Prishibéev, el gordo y el flaco, etc.
La lectura de los primeros cuentos de Antón Chéjov indujo al escritor ruso Dmitri Grigoróvich a escribirle una carta en la que se destaca el siguiente texto: “Usted está destinado a escribir algunas obras excelentes, realmente valiosas. Cometerá un gran pecado moral si no responde a esas esperanzas. Para ello es preciso respetar en sí un talento que tan pocas veces se concede”.
Entre el ejercicio de la medicina y la vocación literaria Antón Chéjov se inclinó por esta última. El relato largo La estepa, marca sus comienzos en el ámbito de una literatura menos humorística. Su contenido es autobiográfico, y es el relato por el que Antón Chéjov empezó a ser considerado como un exponente de la gran literatura. También Una historia tediosa atrajo el interés de la crítica hacia el joven escritor Chéjov, pero esta vez para acusarlo de no asumir un compromiso social y político a través de la historia de un viejo profesor a quien una ahijada le pide consejo sobre cómo alcanzar la felicidad, y en esa búsqueda para ofrecerle a la joven una respuesta, el hombre que aparentemente lo ha tenido todo se da cuenta de que a su vida le ha faltado sentido. Era cierto que Antón Chéjov era un escritor apolítico, pero esa posición distante y no comprometida le sirvió para ejercer con espíritu libre la narrativa.
A partir de 1890 Antón Chéjov escribió los cuentos mejor logrados por su pluma. A esta etapa pertenece La sala No. 6, cuya acción se desarrolla en un manicomio y tiene a dos personajes como protagonistas. Ellos son un paciente recluido en esa sala, y un médico que es además su confidente en esa reclusión. Muchos opinaron que este cuento es una representación de la Rusia de la época. En esta década, durante su estadía en una hacienda en Mélijovo, vive el periodo más fructífero de su producción literaria. Allí escribe Relato de un hombre desconocido (1892), a los que le seguirán Una casa con mansarda, El hombre enfundado, La grosella espina. Durante esta década los temas chevojianos se centran en la vejez espiritual de sus personajes, y en la idea de que han fracasado. Antón Chéjov no tiene una visión maniquea del hombre a través de la literatura. Para el autor el bien y el mal coexisten en la existencia humana, y por eso sus personajes no los encasilla en los extremos ni los sentencia a ser héroes o villanos.
La dama del perrito es un cuento de Antón Chéjov que merece comentario aparte. En este relato se revelan sus mayores dotes literarias como maestro del cuento. “Corrió la voz de que por el malecón se había visto pasear a un nuevo personaje: La dama del perrito. Dmitrii Dmitrich Gurov, residente en Yalta hacía dos semanas y habituado ya a aquella vida, empezaba también a interesarse por las caras nuevas. Desde el pabellón Verne, en que solía sentarse, veía pasar a una dama joven, de mediana estatura, rubia y tocada con una boina. Tras ella corría un blanco lulú”. Así empieza esta historia que Chéjov construye con minuciosidad, anunciando un romance entre Anna Serguevna, la mujer que pasea su tedio en torno al Mar Negro, acompañada de su perro, y Gouzov, el banquero que se la encuentra. Ambos personajes son casados, y después del primer encuentro amoroso ambos deberán volver a sus respectivos hogares para vivir en lo sucesivo momentos fugaces juntos en los que no faltarán la melancolía, la inquietud, la felicidad, y la zozobra, en una atmósfera de encuentros y desencuentros. Aquí Chéjov demuestra que es un artesano de los sentimientos creando una inolvidable historia de amor adúltero, cómo pocas hay escritas en la historia de la literatura universal.
Antón Chéjov escribió alrededor de doscientos cincuenta cuentos y novelas cortas, pero además fue un gran dramaturgo con obras que ocuparon un puesto de honor en el teatro ruso, antes y después de la revolución bolchevique. Sus piezas teatrales fundamentales son La gaviota (1896), El tío Vania (1898), El jardín de los cerezos (1904), y Tres hermanas.
Antón Chéjov murió prematuramente a la edad de 43 años, en Badenweiler, Alemania, el 15 de julio de 1904, víctima de la tuberculosis.
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