lunes, 13 de septiembre de 2010

San Agustín

San Agustín
No siempre San Agustín profesó un credo cristiano. Su conversión a esta doctrina religiosa fue posible en el año 387 a través de las predicaciones de San Ambrosio. Antes había sido profesor de retórica en Roma y Cartago. En esta última ciudad italiana, el hijo de Santa Mónica, nacido en Tagaste en el año 354, simpatizó con varias corrientes filosóficas como la del materialismo, la del escepticismo, y la del maniqueísmo, antes de abrazar el neoplatonismo y dirigir su pensamiento filosófico hacia un cristianismo platonizado.
El tema de la verdad se impuso en la filosofía de San Agustín. En ese sentido se inclinó por la idea de que con la razón se puede obtener la verdad y combatir el escepticismo. La verdad, opinaba San Agustín, se reconoce en el ser, y el ser equivale a Dios. Es decir, sigue la orientación de Platón, pero desde una óptica cristiana.

Para San Agustín el hombre está compuesto de dos sustancias diferentes entre sí: el alma y el cuerpo. El alma es la imagen de Dios mismo, y el cuerpo al estar unido a esa alma le da una condición al hombre de vivir entre el bien y el mal, entre la oscuridad y la luz. "Dios uno y omnipotente, Creador y hacedor de todo alma y de todo cuerpo, por cuya participación son felices cuantos son felices por la verdad, no por la vanidad; que hizo al hombre animal racional de alma y cuerpo; que, en pecando éste, ni permitió que quedara sin castigo, ni le dejó sin misericordia; que dio a los buenos y a los malos ser con las piedras, vida seminal con los árboles, vida sensitiva con los animales, y vida intelectual con solos los ángeles".
La ciudad de Dios es una de las obras esenciales de San Agustín. La escribió en un periodo de tiempo abarcado entre los años 413 y 426. Este texto parte de la idea del amor como origen de la interpretación cristiana de la historia. En La ciudad de Dios San Agustín atribuye el devenir histórico a los designios de Dios. Dos ciudades son los símbolos de la sociedad: Jerusalén y Roma. "Sabemos que hay una ciudad de Dios, cuyos ciudadanos deseamos ser con aquella ansia y amor que nos inspiró su divino Autor. Al Autor y Fundador de esta Ciudad Santa quieren anteponer sus dioses los ciudadanos de la Ciudad terrena, sin advertir que es Dios de los dioses, no de los dioses falsos…". En la primera, que es Jerusalén según San Agustín, viven los de aspiraciones espirituales, los cristianos respetuosos de Dios y sus leyes y mandamientos. En la segunda, que es Roma, viven los que se entregan a los goces paganos, a la adoración de muchos dioses, y a la debilidad de la carne. Estas dos ciudades coexisten en la misma época pero solo la ciudad de Dios obtendrá el triunfo. La ciudad de Dios fue escrita por San Agustín en el tiempo en que Roma caía en manos de Alarico y el imperio romano se desmoronaba. San Agustín se inspira en el Apocalipsis para escribir esta obra en la que se propone polemizar sobre el panteísmo.
Las confesiones, la otra obra trascendental de San Agustín, es una autobiografía de esos años juveniles en los que luchó para encontrar el verdadero camino que lo guiara hasta Dios, en medio de tentaciones y de difíciles pruebas que debe enfrentar hasta que por fin siente el llamado del cristianismo y se convierte. Las confesiones son escritas como un testimonio de ese ascenso de San Agustín hacia metas espirituales que posteriormente serán las que tracen el rumbo de su postura filosófica. "Ansioso, pues, regresé al lugar donde estaba sentado Alipio, pues allí había dejado el volumen del apóstol cuando me levanté. Lo tomé, lo abrí y leí en silencio la sección donde se posaron primero mis ojos: No te entregues a los excesos ni a la embriaguez, tampoco a la lascivia ni a la perversidad, ni a la competencia, ni a la envidia, sino al Señor Jesucristo, y no te preocupes por la carne Ya no leí más, no lo necesitaba, porque, de inmediato, al final de esa oración, una luz como de serenidad se instaló en mi corazón, y toda la oscuridad de la duda se desvaneció…".

Para San Agustín el mal es inherente a todo hombre, pero ese mal depende del uso que éste le de  al ejercer su libertad o el libre albedrío. Pero para poder ejercer esa correcta elección el ser humano necesita inspirarse en Dios, buscar la gracia que procede de su ser, y que se puede obtener por medio de la fe. La libertad para obrar el bien es la que obedece a la voluntad de ese ser superior que no impone la bondad sino que persuade para ir tras ésta. "El alma se pega al cuerpo por la fuerza de la costumbre, sin comprender a veces que—si se sirve el bien y con sabiduría—merecerá un día, sin molestia alguna, por voluntad y ley divinas, gozar de su resurrección y transformación gloriosas. En cambio, si comprendiendo esto arde enteramente en amor de Dios, en este caso no sólo no temerá la muerte, sino que llegará incluso a desearla".

San Agustín tuvo una temprana inclinación por la literatura y fue un escritor prolífico que escribió con un estilo bello y conciso unas obras fundamentales para la evolución de la teología. La iglesia tiene en su pensamiento una referencia doctrinal clara. Como teólogo sentó definitivas posiciones sobre el libre albedrío, la gracia divina, el pecado, la Trinidad.

En el año 391 San Agustín ingresa a la vida religiosa, ordenándose como sacerdote. Poco tiempo después, en el 395, llega a ser nombrado obispo de Hipona. Se dice que San Agustín tuvo tanta influencia entre los sacerdotes de la iglesia católica como la que tuvo Pablo entre los apóstoles. Su muerte ocurrió en el año 430, como consecuencia de un ataque perpetrado por vándalos.



Stendhal

Al igual que Shakespeare, quien basaba sus obras literarias en sucesos de la vida real de la edad media, a Stendhal en su época tampoco le preocupó ser muy original, pues si por algo se caracterizaron las suyas fue por tener argumentos recogidos también de las crónicas.
En ambos autores, independientemente de sus valores literarios, la invención escaseaba, y en el caso específico de Stendhal, los estudiosos de su obra encontraron que en las primeras de su autoría, este escritor tan importante del siglo XVIII, plagió a otros autores. Se cita, por ejemplo, el título Vidas de Haydn, Mozart y Metastasio como prueba de ello.
La visión que Stendhal tenía de la literatura era realista, de ahí que sus obras capitales transmitieran cierta obsesión por ser claras y objetivas, y que el autor demostrara a través de éstas un amplio conocimiento del ser humano, influido, muy seguramente, por ese interés que el siglo XVIII le otorgó al hombre y a la conquista de sus libertades.
Crónicas italianas fue la reproducción que Stendhal hizo con su estilo de unos manuscritos del siglo XVI y XVIII, en los que se relataban crímenes y vivencias apasionantes. De este trabajo nace La cartuja de Parma (1839), novela que no posee un argumento original del autor, pero su trama e intriga son genialmente transformados por su pluma providencial, hasta el punto de que Stendhal le da vida a un héroe que perdura en el recuerdo del lector por su valentía, su energía, y por su vocación de hombre feliz.
En el año de 1827, La Gaceta de los Tribunales reseña el proceso de un hombre acusado de homicidio. El hecho ocurrió en plena misa y la víctima de los disparos mortales fue la madre de unos niños de quienes el homicida, un ex seminarista, fue profesor. El nombre del protagonista del caso de la vida real era Berthet, que en Rojo y negro se convierte en Julian Sorel, un hombre más humano y menos estereotipado que el quedó registrado en la crónica judicial, transformado por obra y gracia de Stendhal en un personaje que obligatoriamente hay que citar cuando se habla de de los mejores de cuantos han poblado las páginas de la literatura universal.

El personaje Julian Sorel de Stendhal no se quedó con las características negativas que rotundamente le atribuyó a Berthet La Gaceta de los Tribunales, porque el autor quiso conocer qué más había tras él, hurgar en su psicología y en las motivaciones recónditas que intervinieron en la consumación de su crimen.
Stendhal situó a Julian Sorel en un momento histórico en el que los hombres de clases inferiores en Francia sólo podían ascender socialmente si ingresaban al clero, lo que al parecer fue el caso del personaje que inspiró la crónica novelada del autor. Así quedá consignado en Rojo y negro: "No tardó en anunciar su propósito de hacerse sacerdote, y a partir de aquel instante, se le vio a todas horas en la serrería de su padre entregado al estudio de una Biblia en latín que le prestó el párroco. En presencia de éste, Julián no mostraba más que sentimientos piadosos. ¿Quién habría sido capaz de sospechar que aquella carita de niña, tan pálida y tan dulce, era mascarilla encubridora de la resolución inquebrantable de conquistar fortuna y gloria, aun cuando en la empresa arriesgara mil veces la vida?".
Stendhal fue el pseudónimo de Henri Beyle, nacido en Grenoble, Francia, el 23 de enero del año de 1783. A la muerte de su madre, siendo muy pequeño, su crianza quedó en manos de su padre y una tía. Su primer empleo fue en el Ministerio de Guerra durante el gobierno de Napoleón. Antes de dedicarse por completo a la literatura se desempeñó en variadas actividades burocráticas, llegando a ocupar el alto cargo de de Auditor del Consejo de Estado. Estuvo en varias líneas de batallas sirviendo al ejército francés, y adoptó a Milán como su ciudad amada cuando voluntariamente salió de Francia para radicarse en Italia, en momentos en que Napoleón caía.
Armancia fue el título de la primera novela de Stendhal. Como ocurre con frecuencia con grandes autores, ésta pasó desapercibida y la crítica la recibió con total indiferencia. Tanto fue el apego por la crónica que su libro Paseos por Roma puede considerarse una crónica turística que orientaba a los visitantes sobre los sitios turísticos destacados de esta ciudad. A pesar de que este trabajo fue concebido con intenciones comerciales él le dio un sello inspirado en sus vivencias, con un estilo ten depurado que ha sido considerado una de las mejores guías de viaje que se haya escrito. Transcribimos el siguiente fragmento: "Si los papas no hubieran vuelto de Aviñón, si la Roma del clero no hubiera sido construida a expensas de la Roma antigua, tendríamos muchos más monumentos de los romanos; pero la religión cristiana no hubiera hecho una alianza tan íntima con la belleza; no veríamos hoy ni San Pedro, ni tantas iglesias magníficas extendidas por toda la tierra: San Pablo de Londres, Santa Genoveva, etc. Nosotros mismos, hijos de cristianos, seríamos menos sensibles a la belleza. Acaso a los seis años habéis oído hablar con admiración de San Pedro de Roma".
Otras obras de Stendhal fueron: Historia de la pintura en Italia (1817), Roma, Nápoles y Florencia en 1817 (1817), Sobre el amor (1822), Crónicas italianas (1839). Vanina Vanini hacía parte de las anteriores crónicas y fue el primer relato que escribió.
Para Stendhal la novela debía ser "Un espejo que se pasea a lo largo de un camino. Unas veces refleja a vuestros ojos el azul del cielo, otras el fango de los lodazales." Por estas palabras no es difícil suponer que su creatividad se desbordaba cuando encontraba argumentos de la realidad que lo invitaban a plasmarlos en relatos novelados.
Stendhal murió en Paris el 22 de marzo de 1842, siendo muy poco conocido como escritor, pues como otros tantos autores de gran valía, su talento solo fue reconocido en los siglos venideros.