martes, 28 de noviembre de 2017

CINCUENTA AÑOS DE CIEN AÑOS DE SOLEDAD


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Muchos años atrás, cuando mi vida era tan reciente que desconocía el significado de la mayoría de las cosas del mundo, mi padre regresó de Bogotá con uno de estos enigmas en las manos. Yo sabía que se trataba de un libro porque estaba familiarizada con esas hojas encuadernadas donde venían escritas las fábulas de Esopo, Pombo y Samaniego, pero cuando lo agitó en el aire como a una bandera y nos dijo a su familia y a unos invitados que pasarían varios siglos antes de que en Colombia se volviera a escribir una novela como esa, mi confusión fue plena. Yo tenía siete años apenas, el libro acababa de tener su primera edición aquel año de 1967  y uno de los  lectores iniciales, que era mi padre, aseguraba que se trataba de una obra  portentosa como un tal Quijote del que también yo ignoraba todo. Esa noche fui a tientas a su biblioteca tan solo para averiguar qué era una novela y por qué Soledad alcanzó a tener cien años. Pero pasé días y noches dedicada a la tarea de buscarla entre tantos personajes y no encontré su nombre sino hasta el final del libro en medio de una frase incomprensible: "porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra".
Me olvidé poco a poco del asunto, pero lo que había descubierto era que las novelas eran como esas historias que mi madre me leía, pero mucho más largas e infinitamente complicadas. Sin embargo, el siguiente año mi padre compró una pequeña finca de recreo y volví a recordar a soledad cuando nos informó que su nombre sería Macondo. Es el pueblo de la novela, nos dijo, y en ese Macondo familiar de pocas hectáreas, en las pausas que me dejaban mis siembras de hortalizas en diminutas parcelas, y las expediciones a lomo de burro hasta el caserío vecino, me fui aproximando a la lectura de novelas de un modo desordenado. Recuerdo que de Alicia en el país de las maravillas pasé a Cien años de soledad y que al mismo tiempo en que yo leía, mi padre, que era entonces gerente de la  electrificadora de Sucre, inauguraba en los corregimientos y municipios el servicio de luz frente a moradores expectantes que presenciaban el acto con la misma fascinación con la que Aureliano tocó el hielo y yo me dejé atraer por los inventos que el gitano Melquíades llevó a Macondo. Pero abandoné la lectura y esperé el tiempo en que podría comprenderla como la adulta que   serás, me dijo mi padre terminante. Ese día no tardó y entonces supe por qué le había impresionado tanto la historia de la saga de los Buendía. Allí estábamos todos. Era una magistral parodia bíblica con su génesis, éxodo, diluvio, profeta y hasta apocalipsis. Gabriel García Márquez fundó un micromundo basado en las tradiciones hispanoamericanas y universalizó nuestro modo de ser social. Mi padre tenía razón: Cien años de soledad cumple este año cincuenta años de felicidad  y su reinado es absoluto.




BARRABAS A DOS VOCES



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El cielo tenía unas nubes bajas y plomizas, como panzas monumentales a punto de deshacerse en agua. Pero no llovió esa mañana. Él lo anunció después de cerrar el libro y levantar la vista: “Siempre es así. Aunque los días en esta época son grises, es cierto que se sienten muy secos y que tienen el inconfundible olor de  la melaza”. Acababa de leerme un párrafo entero sin hacer pausas: Todo el mundo sabe que fue crucificado al mismo tiempo que otros dos; se sabe quiénes eran las personas que se agrupaban alrededor de Él: María, Su madre, y María Magdalena, Verónica y Simón el Cirineo, que había llevado la cruz, y José de Arimatea, que debía sepultarlo. Pero un poco más abajo, en el declive del monte y apartado de los demás, un hombre observó fijamente a Aquel que se hallaba clavado en la cruz y siguió la agonía del principio al fin. Se llamaba Barrabás. De él se trata en este libro”, había leído con fatiga. Tenía reputación de ser quien más conocía sobre el bandido indultado por Pilatos en lugar de Jesús  y sobre el autor que recreó su vida en la novela homónima. Sobre el primero solo le constaba que era un personaje esencial de la Pascua Judía. “Hay quienes dicen que puede ser la cara mortal de Jesucristo.” ¿Una figura literaria? Mi pregunta no lo sorprendió en absoluto; como si la estuviera esperando, me dijo.  Para él podía ser posible esa versión, como también cualquiera de las otras. “Lo que importa no es que el texto bíblico sea de una veracidad histórica”. Tomó para sí una cucharada de papaya almibarada  y a mí me ofreció otra. La mujer que sostenía la paila ante nosotros le hizo un llamado de atención con un gesto y luego su voz grave le disparó una advertencia: “sin exagerar, que esto es pecado mortal para la diabetes”. Entonces por primera vez él sonrió: “Lo que mi señora quiere decir es que en mi familia somos tan ricos que tenemos en la sangre un ingenio de azúcar”.  No le comenté que ya había oído eso en otra parte, sino que le pregunté si realmente era buena la historia de Pär Lagerkvist.  “Es una obra de arte”, respondió, y comenzó a leer en tono más sosegado: “Era un mocetón de unos treinta años, robusto, de pálida tez, barba rojiza y cabellos negros. Las cejas eran también negras; los ojos se hundían en las órbitas, como si la mirada hubiese querido esconderse. Bajo uno de los ojos corría una profunda cicatriz, que desaparecía en la barba. Pero el aspecto físico de un ser humano no significa gran cosa”. Para él ese comienzo anuncia una de las obras más grandes de la creación literaria. “Lo que le da esa trascendencia no es haberse quedado en el hecho específico del papel de Barrabás en el episodio culminante de la crucifixión, sino en haber continuado lo que Marcos, Mateo y Lucas  apenas esbozaron de este personaje en el Nuevo Testamento. Sin duda, estas cien páginas y un poco más, son un trabajo perfecto de imaginación que no se apega a la ambición de ser una historia novelada, ni se remite a la narración de actos épicos grandilocuentes. Su grandeza consiste en proponerle al lector una sencilla metáfora sobre la soledad humana”.  ¿Por eso se ganó el Premio Nobel el autor sueco? “Por eso”, responde rotundo. “Barrabás fue escrita en 1950 y el galardón le fue entregado en el 51. Es una obra mayor de Pär Lagerkvist, sin duda”. Un escritor amargo, le digo. “Y angustiado como Barrabás”, concluye él.






miércoles, 22 de septiembre de 2010

Autores y Letras: Sigmund Freud y los orígenes del psicoanálisis

Autores y Letras: Sigmund Freud y los orígenes del psicoanálisis

Sigmund Freud y los orígenes del psicoanálisis

Sigmund Freud nació en Viena el 6 de mayo de 1856. Desde cuando se hizo médico, a la edad de veinticinco años, se interesó por la neurología, y más tarde desvió sus intereses hacia el estudio de la neurosis y la psicosis. Según él, ambas patologías eran originadas por los conflictos sexuales de la infancia.
Sigmund Freud fue el padre del psicoanálisis, un sistema que consistió en hacer observaciones y formular hipótesis a partir de la experiencia clínica. Con el psicoanálisis, conformado por la teoría, por el método, y por la técnica, Sigmund Freud ha hecho un gran aporte a la práctica en el área clínica de la psicología.
Sobre el concepto de la represión se erige esa teoría psicoanalítica freudiana de que la histeria depende de los conflictos reprimidos y su tratamiento debe apuntar hacia la reproducción de éstos por medio de la hipnosis.
Una manera de aproximarse a la obra total de Sigmund Freud es leyendo Los orígenes del psicoanálisis, el libro que reúne doscientos ochenta y cuatro cartas dirigidas por él a Wilhelm Fliess, el médico alemán, especializado en otorrinolaringología, que sostenía que muchas de las neurosis eran de origen nasal, y por tanto aconsejaba tratar los síntomas aplicando la cocaína en las mucosas de la nariz, que era un órgano que él relacionaba con los genitales femeninos. Wilhelm Fliess además afirmaba que la bisexualidad era inherente a toda persona, y que los procesos de la vida tenían un ciclo masculino de veintitrés días y uno femenino de veintiocho días. Fliess fue el amigo más cercano a Sigmund Freud, y acaso al que estaba dirigida esta declaración suya: “Mi vida personal siempre ha necesitado de un amigo íntimo y un enemigo odiado”. En su libro Freud, Peter Gay escribe sobre Fliess: “Impresionaba por su aspecto, su erudición, su carácter cultivado”. También indica que este hombre no aceptaba ser objeto de la crítica, y precisamente fue una crítica lo que lo distanció para siempre de Sigmund Freud. El éxito en su consulta fue notable, y era un otorrinolaringólogo afamado. Sigmund Freud sentía adoración por él, y aquí vale la pena traer a cuento lo acontecido con su paciente, Emma Eckstein, que sufría de fuertes dolores de estómago, y Freud que no encontraba el tratamiento efectivo para ella, invitó a Wilhelm Fliess a Viena en 1895 para que le extirpara un hueso de la nariz. Después de realizada la cirugía, Fliess regresó a Berlín, y la paciente tuvo fuertes hemorragias que no sanaban y se sometió a otra operación con el cirujano que se había opuesto a la anterior. Este médico descubrió que Fliess había dejado gasa dentro de la nariz. La mujer quedó desfigurada en esa parte de su cuerpo, y Freud siempre excusó el error de su amigo afirmando que la hemorragia era de origen histérico y la manera como la mujer expresaba su necesidad de ser amada. Tal era su ceguera y su admiración sin límites por Fliess que en una de sus cartas pone en evidencia: “Tu noticia casi me hizo gritar de alegría. Si realmente has resuelto el problema de la concepción, convendría que empezaras a pensar qué tipo de mármol te gustaría más para tu monumento”.

En estas cartas, escritas por Sigmund Freud durante quince años, entre 1887 hasta 1902, está presente su pensamiento fecundo que, en esa época, ya concebía la obra La interpretación de los sueños. “Un sueño es la realización alucinada de un deseo reprimido”, opinaba mientras elaboraba una extensa disertación sobre el tema, en la que comenzó a plantearse la idea de que los sueños debían ser interpretados para descifrar lo que subyacía detrás de la apariencia que presentaban.
La correspondencia, de la que solo quedaron las cartas de Freud, pues las de Fliess desaparecieron, fue recopilada siguiendo un orden cronológico que obedecía a las fechas en que fueron escritas, por Marie Bonaparte para la edición alemana del libro, y por Anna Freud, y Ernts Kris, quien además es el autor de un Estudio Preliminar que sirve de introducción al material propiamente dicho. Este prefacio de Kris brinda al lector la oportunidad de familiarizarse con el trabajo anterior y posterior de Sigmund Freud en referencia a su teoría psicoanalítica. También ilustra sobre las afinidades de pensamiento de los dos médicos y el itinerario de su amistad profesional y personal, desde su inicio hasta la ruptura definitiva por discrepancias irreconciliables.

Además de las cartas, los recopiladores incluyen en el libro unos manuscritos y notas de Sigmund Freud, que ayudan a comprender su trabajo desde las primeras inquietudes que lo motivaban hasta la elaboración de su teoría. En las notas que le dedica a la etiología de las neurosis afirma: “Puede saberse como aceptado por todos que la neurastenia es la frecuente consecuencia de una vida sexual. Pero la afirmación que me propongo sostener y que deseo verificar mediante observaciones clínicas es que la neurastenia es siempre y únicamente una neurosis sexual”. En el manuscrito que le dedica a Cómo se origina la angustia, señala: “Desde un principio fue evidente para mí que la angustia de mis neuróticos tenía mucho que ver con la sexualidad, y en particular me llamó la atención cuán inevitablemente el coito interrumpido realizado con una mujer lleva a la neurosis de angustia”.
A pesar de que las posturas teóricas de Sigmund Freud provocaban escándalo en los círculos médicos de la época, en el inicio de la primera década del siglo XX, fue congregándose alrededor de él, un grupo de investigadores y de alumnos denominado Sociedad Psicoanalítica de Viena. Entre estos se encontraban: Sandor Ferenczi, Karl Abraham, Alfred Adler, Otto Rank, Ernest Jones, y Jung. Esta cofradía, sin embargo, estuvo caracterizada por las discrepancias y las rupturas, especialmente las protagonizadas por Adler y por Jung cuando decidieron separarse del pensamiento de Freud y enarbolaron sus propias teorías.
En Los orígenes del psicoanálisis hay suficiente información para que el lector se forme una idea del talante científico de Freud y de los procedimientos de los que se valió para fundar su controvertida teoría.


sábado, 18 de septiembre de 2010

Colette

Tras el seudónimo de Colette se escondía la escritora Sidonie Gabrielle Claudine Colette, nacida en Saint Sauveur en Puysaye, Borgoña, el 23 de enero de 1873. Siendo muy joven la futura novelista francesa fija su residencia en Paris con su primer esposo Henry Gauthier-Villars, un periodista con cierta reputación que casi le doblaba la edad. La popularidad de Henry era creciente, pero sus libros aparecían a la luz pública firmados con el seudónimo de Willy. Así las cosas, cuando Sidonie, de 27 años, escribe la primera novela que haría parte de una serie, y la publica al despuntar el siglo XX, en el año de 1900, lo hace bajo el nombre de Willy. El título de la novela era Claudine en la escuela, y su inmediato éxito estuvo acompañado de un escándalo mayúsculo. En esta serie narrativa con otros tres títulos más, Claudine amoureuse, y Claudine en ménaje, escritos en la misma década de la primera, y La casa de Claudine, veinte años más tarde, Colette narra la historia de pasiones desenfrenadas de la colegiala Claudine, primero, para luego documentar la época del matrimonio de ésta en un Paris devorado por la actividad teatral, por los salones literarios, y por la lujuria sexual de los triángulos amorosos, como el creado por la protagonista y otra mujer llamada Rezi, ante la complacencia del marido de la primera.
La crítica de entonces señaló lo siguiente en relación a Claudine en la escuela: "Este libro es de verdad. Claudine no es una novela, ni una tesis, ni un diario. Es alguien, una persona viva, una persona terrible… Es la mujer total gritando por encima de su propia voz acerca de su pubertad, sus deseos y sí, sus crímenes". Y era cierto. Imposible no encontrar en esta serie de novelas un tinte autobiográfico. Con las novelas se hizo célebre el personaje y alrededor de éste se fue creando una fiebre en Paris. Hubo marcas de cigarrillo Claudine, se diseñaron corbatas, sombreros, las mujeres se cortaron el cabello al estilo de la protagonista inolvidable que había nacido de la pluma de Colette, pero que su marido había mostrado a los lectores como si fuera de su autoría, porque en esa época Colette debió sentirse como sus predecesoras del siglo XVIII y XIX, las Bronté, Jane Austen, George Sand, etc., que temían dar la cara en un oficio reservado para varones y optaron por los seudónimos.
El tal Willy vendió los derechos de estas primeras novelas de Colette y las usufructuó con descaro, recibiendo las jugosas regalías, y solo le compró a la autora una casa de campo y le pasaba una reducida asignación. Esta fue la causa que originó la ruptura definitiva de la pareja. A partir de ahí el mundo intelectual parisino se entera de que Claudine era obra de Colette, y con ese reconocimiento tardío trabaja para sobrevivir después del divorcio como cantante de musicales, bailarina, cosmetóloga y escribe artículos periodísticos en los que deja por sentado su ideología de mujer mundana. Pero no interrumpe su carrera literaria pues en esos días es que concibe El retiro sentimental (1907), Los zarcillos de la viña (1908), La ingenua libertina (1909), y La vagabunda (1911).

La autora de francesa se casa por segunda vez durante el estallido de la Primera Guerra Mundial con el barón Henry de Jouvenel, quien fue el padre de su única hija, nacida en el año de 1913. Cuando tiene 47 años de edad Colette, que responde a su marido con la misma tendencia hacia la infidelidad, se entrega a una aventura con el hijo de éste, un adolescente de 16 años. Su tercer matrimonio fue con Maurice de Gaudeket, un judío sin bienestar económico, más joven que ella.


Una de las obras más famosas de Colette fue Gigi, publicada en 1945. Esta novela gira en torno a la historia de una joven que crece bajo la protección de un matriarcado familiar integrado por su madre, su abuela y su tía. La educación que recibe de éstas es la tradicional que se le ofrecía a las jóvenes de la época, como prepararlas para un futuro matrimonio y conseguir esposo pudiente. Gigi, sin embargo adopta una postura rebelde frente a tantas normas y prohibiciones. Esta novela fue llevada al cine con éxito y Colette le ofreció el papel de Gigi a la actriz Audrey Hepburn que recientemente había debutado en el mundo cinematográfico con un papel secundario.
El trigo verde de Colette es una novela que cuenta la historia del despertar sexual entre los adolescentes Phil y Vinca, quienes han sido amigos desde la época de una niñez compartida en la costa donde sus familias pasaban los veranos. De esa inocencia de los primeros años, los dos jóvenes pasan al descubrimiento de unas sensaciones que Phil asume con cierto rechazo al principio, pero luego se entrega al placer del amor físico que Vinca experimenta sin tantas prevenciones.

A los sesenta años Colette escribió Lo puro e impuro, un relato en el que aborda el tema de las relaciones personales y que muchos consideran su mejor obra. Esta como la gran mayoría de sus novelas es autobiográfica, y es que como afirmó la propia Colette: "¿Por qué suspender el curso de mi mano sobre este papel que recoge, desde hace tantos años, lo que sé de mí, lo que trato de ocultar, lo que invento y lo que adivino?".
Como estrella de la Belle Epoque, Colette tuvo vínculos de amistad con Marcel Proust, Marcel Schowb y Jean Cocteau. También fue amante de hombres y de mujeres, sin tener ningún problema de pasar de los brazos de unos a los de otras, y su vida siempre fue piedra de escándalo. Colette, la francesa fascinante que sedujo a innumerables lectores con sus novelas que exploran magistralmente el universo femenino y las vivencias del amor y sus múltiples contradicciones, falleció en Paris el 3 de agosto de 1954, a la edad de 81 años, artrítica y asistida por su tercer marido. En ese momento ya su nombre era tomado en cuenta como uno de los más importantes de la literatura francesa.

Albert Camus y La peste

Albert Camus nació en Mondovi, Argelia, el 7 de noviembre de 1.913, cuando Francia dominaba a ese país africano. A una edad temprana quedó huérfano de su padre agricultor y le tocó vivir en medio de todo tipo de privaciones materiales por la situación económica precaria en que quedó la familia. Su infancia transcurrió en un barrio pobre de Argel y pudo adelantar sus estudios gracias a una subvención que daban a familias víctimas de la guerra. Estudió Filosofía y Letras, mientras trabajaba en diversos oficios para colaborarle a su madre. Luego trabajó como actor y periodista, pues fue rechazado como profesor de esa materia a causa de la tuberculosis que padecía. Su primer trabajo periodístico fue en el Alger-Republicain, y a los veintisiete años se traslada a Paris para colaborar en el Paris-soir. Durante la guerra, con la llegada al poder de los nazis, cerró filas en torno a la resistencia y, a partir de 1943, dirigió el periódico Combat, un órgano clandestino de esa militancia. En esa época ya era un impulsador del teatro del absurdo y había fundado una compañía teatral en la que fue actor y director.

Mucho se ha comparado a Albert Camus con Jean Paul Sartre. El mismo autor se refirió a eso en alguna oportunidad: "Sartre y yo nos sorprendemos de ver siempre nuestros nombres asociados. Incluso pensamos publicar un pequeño desplegado en donde los abajo firmantes declararan no tener nada en común y se negaran a aclarar las dudas que pudieran suscitar respectivamente". Los vínculos de ambos autores con la corriente del existencialismo son evidentes, sin embargo, la diferencia entre ambos radica en que aunque los personajes de Albert Camus conocen el abismo y pueden emerger de éste, los de Sartre también lo conocen pero se eternizan en la falta de sentido de sus vidas.

La peste, publicada en 1947, es una novela que refleja esa tendencia del existencialismo particular de Camus. En esta alegoría sobre la ocupación nazi, está presente la catástrofe llevada hasta sus últimas consecuencias, pero a la vez, en medio de esa catástrofe, los hombres conjuran los impulsos más elementales para superarla. Albert Camus parece decirnos que esa peste, que es un equivalente literario a la fractura heredada por Europa después de las dos guerras mundiales, debe ser enfrentada con compromiso moral de la por parte de la sociedad.


Esta novela, como lo indica su nombre, relata, en forma de crónica, los sucesos a qué se enfrenta la ciudad de Orán cuando es víctima de una invasión de ratas portadoras de la peste. Es una historia ficticia la que nos cuenta Albert Camus, pero ese recurso estilístico recogido de un género del periodismo que seguramente le era familiar, hace que los hechos cobren una veracidad asombrosa. El narrador relata de una manera concisa y objetiva, con un método de observación riguroso. El mismo explica su participación dentro de la historia así: "…..Un historiador, aunque sea un mero aficionado, siempre tiene documentos. El narrador de esta historia tiene los suyos: ante todo su testimonio, después el de los otros puesto que por el papel que desempeñó tuvo que recoger las confidencias de todos los personajes de esta crónica, e incluso los textos que cayeron en sus manos". A través del punto de vista de este narrador y de el del doctor Bernard Rieux, y de los personajes Tarrou y Rambert, interrelacionados todos por el mal común que los acecha, nos hacemos partícipes de esa zozobra que experimenta una ciudad que es testigo de cómo un brote de peste empieza dejando algunas ratas muertas en las calles, para luego convertirse en una verdadera y pavorosa invasión, que contagia a unas pocas personas primero, para luego convertirse en la epidemia de la que solo se salvan algunos. Para preservar la salud pública, esta ciudad debe aislarse y cerrar sus puertas para quedar a merced de las ratas. Algunos ciudadanos sucumben al pánico y tratan de escapar, otros se esconden, y los más constructivos luchan, pero todos sin excepción dejan sus esperanzas al azar.

Albert Camus nos presenta a la peste como el enemigo al que una sociedad entera se enfrenta con sus variadas reacciones, y describe con maestría los profundos sentimientos humanos que se despiertan ante el súbito descubrimiento de una privación de la libertad y un aislamiento obligatorio en la ciudad contaminada.
Orán, que vivía en un ostracismo moral antes de que la acorralara la tragedia, vuelve a recobrar un aliento como el que al doctor Rieux le ayuda a darle sentido al ejercicio de su profesión médica. Los personajes de La peste están siempre en pie de lucha consigo mismos y con la enfermedad. Conocen los abismos. Ellos sufren y agonizan tras unas fronteras cerradas, unas rutas marítimas interrumpidas y un comercio desabastecido. En medio de todo el desastre surge la figura del doctor Rieux como el personaje emblema, el que encuentra luces para no sucumbir y conducir a los habitantes de Orán, incluyendo a las autoridades, a una cruzada en masa contra la peste, liderando brigadas de salud para contenerla Él, como tantos personajes de Camus, es ateo, una característica que no lo hace menos humano. "Sin salir de la sombra, el doctor dijo que había ya respondido, que si él creyese en un Dios Todopoderoso no se ocuparía de cuidar a los hombres y le dejaría a Dios ese cuidado. Pero que nadie en el mundo, ni siquiera Paneloux, que creía y cree, nadie cree en un Dios de este género, puesto que nadie se abandona enteramente, y que en esto por lo menos él, Rieux, creía estar en el camino de la verdad, luchando contra la creación tal como es".
La peste es considerada la novela más importante de Albert Camus, y una de las obras fundamentales del siglo XX. El mismo año en que fue publicada recibió el premio de La Crítica. Otros títulos de la importante obra de Camus son El extranjero (1.942), El mito de Sísifo (1.942), la obra teatral El malentendido (1.944), Caligula (1.945), El hombre rebelde (1.951), La caída (1.956).

En Francia se vendieron más de 150 mil ejemplares a los pocos meses de haberse editado La peste por primera vez. Albert Camus murió en un accidente automovilístico en Francia a la edad de 46 años el 4 de enero de 1.960. Tres años antes, el 17 de octubre de 1957, le fue otorgado el Premio Nóbel de Literatura.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Marcel Proust

El 10 de julio de 1871 nació en Paris, Francia, Marcel Proust. Su padre fue Adrien Proust un médico que trascendió como epidemiólogo en Europa, muy a pesar del origen humilde de su familia provinciana dedicada al negocio de las tiendas. Su madre fue Jeanne Weil, judía por línea paterna y materna, de familia culta con una envidiable posición económica. A causa de su condición enfermiza el niño Marcel apenas si pudo asistir con cierta regularidad al colegio. En la década de 1880 sufre su primera crisis de asma, el padecimiento que habría de acompañarlo a lo largo de toda su vida. En el liceo Condorcet conoció a varios amigos como el futuro historiador Daniel Halévy , el futuro filósofo Léon Brunschvicg, y jacques, el hijo del famoso músico Bizet, con quienes compartió su afición por la lectura.
En 1889 Marcel Proust ingresa al ejército como voluntario y esta etapa fue tan gratificante para él que cuando termina su servicio solicita una prórroga que le es negada y entonces debe volver a la vida civil y decidir el camino que va a seguir. En 1890 escoge estudiar Derecho y Ciencias políticas y aunque obtiene su título profesional no ejerció la carrera por falta de vocación. Durante esos días vivía entregado a la vida social y al cortejo de mujeres, circunstancia que le da fama de ser un joven frívolo y superficial.
Su inclinación por la escritura se evidencia a los 20 años, cuando colabora con Le Banquet, una revista fundada por los exalumnos del liceo Condorcet. Los que leen sus artículos lo acusan de imitar el estilo de Anatole France y no le auguran un buen futuro en las letras, por seguir obsesionado con los temas banales de la alta sociedad. Era la época en que estaba enamorado de Marie Finaly, la hija de un banquero judío, estaba muy deslumbrado también por la condesa de Chevigné, y conoce al conde Robert de Montesquiou, el poeta homosexual que lo presenta a la alta aristocracia parisina. Entre las relaciones homosexuales que se le atribuyen, se destaca la que tuvo con el joven músico Reynaldo Hahn, un judío de origen venezolano, y con Lucien Daudet, un estudiante de arte, hijo del escritor. Esta presunción de homosexualidad en la relación con este amigo, originó que retara a duelo al periodista que difundió el rumor, y aunque no hubo ninguna situación que lamentar, este acto dejó en la sociedad la certeza del valor del joven Marcel Proust.


Marcel Proust publica su primera obra Los placeres y la vida en 1896. El prólogo lo escribió Anatole France, y en realidad sólo llamó la atención de los amigos más cercanos. Después de esta frustración se dedica a traducir a John Ruskin, con la colaboración de su madre, porque su inglés era limitado. Al mismo tiempo sigue haciendo una vida social activa entre gente de la aristocracia y se apasiona por la música de Wagner y de Debussy. Es la época en que tiene 30 años y los que le rodean, incluyendo a sus padres, opinan que ha desaprovechado su vida, que no se define por nada serio, pues al igual que con las mujeres y con los hombres, solo tiene inestables escarceos con la literatura.

img2.gifUn acontecimiento que marca definitivamente la vida de Marcel Proust, es la muerte de su padre en 1903 y la de su madre en 1905. Se aísla voluntariamente y comienza a escribir sin mayores distracciones. Colabora con Le Figaro donde pública unas parodias sobre el caso del estafador Lemoine. En 1909 comienza a incursionar en su proyecto de novela. Escribe durante toda la noche, y duerme en el día. Así alcanza a completar más de mil cuatrocientas páginas que son como el origen de En busca del tiempo perdido. Sus esfuerzos por encontrar editor resultan fallidos, pero la publica de todos modos corriendo él mismo con los gastos. En noviembre de 1913 sale el texto publicado con el título de Por los caminos de Swann, y la segunda parte, que debía aparecer un tiempo después, tardó en ser editada a causa de la guerra, aunque algunos fragmentos salen publicados. Durante la guerra Marcel Proust llevó una vida retirada, dedicado con esmero a la construcción de su extensa obra que es editada al final de la guerra.

Por los caminos de Swann es la primera parte de En busca del tiempo perdido, y es el inicio, la introducción argumental del resto de esta novela en la que está presente su microcosmos, con los ambientes y personajes que serán comunes. En esta primera parte el autor aborda la infancia del narrador en el pueblo de Combray durante sus vacaciones con los padres, entre abuelos, tía, y servidumbre. Los dos caminos que salen de la casa son opuestos entre sí, y mientras el uno conduce al mundo de la aristocracia, encarnado por la duquesa de Guermantes, de quien el narrador se enamora, el otro lleva al señor Swann y a su esposa e hija, con su vida refinada y mundana. Por el camino de Swann es el primer volumen de la serie comprendida por A la sombra de las muchachas en flor, El mundo de Guermantes, Sodoma y Gomorra, La prisionera, La fugitiva y El tiempo recobrado. En busca del tiempo perdido está considerada como una obra capital del siglo XX, y una de las novelas más innovadoras del género. Por sus páginas desfila la vida del autor y todos los personajes y ambientes con los que se relacionó.

El 18 de noviembre de 1922 murió Marcel Proust después de que se le recrudecieran los ataques de asma y se postrara en cama con una neumonía. Años más tarde aparecieron entre sus papeles la novela inconclusa Jean Santeuil, publicada en 1952, y el relato El indiferente, publicado en 1978. Un retrato veraz de este autor lo hace la escritora Colette en el siguiente texto: "Él era un hombre joven en la misma época en que yo era una mujer joven. Pero no fue en ese tiempo en que pude conocerlo bien. Encontraba a Marcel Proust los miércoles en casa de Madame Arman de Caillavet y me gustaban poco su gran educación, la atención excesiva que dispensaba a sus interlocutores, sobretodo a sus interlocutoras, una atención que marcaba demasiado entre ella y él, la diferencia de edad. Y es que parecía más joven que todos los hombres, más joven que todas las mujeres jóvenes. Con grandes ojeras oscuras y melancólicas, una tez ora ruborosa ora pálida, los ojos ansiosos, la boca cuando callaba, apretada y hermética como para un beso".