martes, 28 de noviembre de 2017

BARRABAS A DOS VOCES



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El cielo tenía unas nubes bajas y plomizas, como panzas monumentales a punto de deshacerse en agua. Pero no llovió esa mañana. Él lo anunció después de cerrar el libro y levantar la vista: “Siempre es así. Aunque los días en esta época son grises, es cierto que se sienten muy secos y que tienen el inconfundible olor de  la melaza”. Acababa de leerme un párrafo entero sin hacer pausas: Todo el mundo sabe que fue crucificado al mismo tiempo que otros dos; se sabe quiénes eran las personas que se agrupaban alrededor de Él: María, Su madre, y María Magdalena, Verónica y Simón el Cirineo, que había llevado la cruz, y José de Arimatea, que debía sepultarlo. Pero un poco más abajo, en el declive del monte y apartado de los demás, un hombre observó fijamente a Aquel que se hallaba clavado en la cruz y siguió la agonía del principio al fin. Se llamaba Barrabás. De él se trata en este libro”, había leído con fatiga. Tenía reputación de ser quien más conocía sobre el bandido indultado por Pilatos en lugar de Jesús  y sobre el autor que recreó su vida en la novela homónima. Sobre el primero solo le constaba que era un personaje esencial de la Pascua Judía. “Hay quienes dicen que puede ser la cara mortal de Jesucristo.” ¿Una figura literaria? Mi pregunta no lo sorprendió en absoluto; como si la estuviera esperando, me dijo.  Para él podía ser posible esa versión, como también cualquiera de las otras. “Lo que importa no es que el texto bíblico sea de una veracidad histórica”. Tomó para sí una cucharada de papaya almibarada  y a mí me ofreció otra. La mujer que sostenía la paila ante nosotros le hizo un llamado de atención con un gesto y luego su voz grave le disparó una advertencia: “sin exagerar, que esto es pecado mortal para la diabetes”. Entonces por primera vez él sonrió: “Lo que mi señora quiere decir es que en mi familia somos tan ricos que tenemos en la sangre un ingenio de azúcar”.  No le comenté que ya había oído eso en otra parte, sino que le pregunté si realmente era buena la historia de Pär Lagerkvist.  “Es una obra de arte”, respondió, y comenzó a leer en tono más sosegado: “Era un mocetón de unos treinta años, robusto, de pálida tez, barba rojiza y cabellos negros. Las cejas eran también negras; los ojos se hundían en las órbitas, como si la mirada hubiese querido esconderse. Bajo uno de los ojos corría una profunda cicatriz, que desaparecía en la barba. Pero el aspecto físico de un ser humano no significa gran cosa”. Para él ese comienzo anuncia una de las obras más grandes de la creación literaria. “Lo que le da esa trascendencia no es haberse quedado en el hecho específico del papel de Barrabás en el episodio culminante de la crucifixión, sino en haber continuado lo que Marcos, Mateo y Lucas  apenas esbozaron de este personaje en el Nuevo Testamento. Sin duda, estas cien páginas y un poco más, son un trabajo perfecto de imaginación que no se apega a la ambición de ser una historia novelada, ni se remite a la narración de actos épicos grandilocuentes. Su grandeza consiste en proponerle al lector una sencilla metáfora sobre la soledad humana”.  ¿Por eso se ganó el Premio Nobel el autor sueco? “Por eso”, responde rotundo. “Barrabás fue escrita en 1950 y el galardón le fue entregado en el 51. Es una obra mayor de Pär Lagerkvist, sin duda”. Un escritor amargo, le digo. “Y angustiado como Barrabás”, concluye él.






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